¡Buenas tardes a todas! Espero que paséis un buen fin de semana. Hace tiempo que no actualizo el blog, pero como se acerca Halloween os dejo de regalo un relato romántico paranormal, titulado: PACTO.
Espero que os sorprenda. Aviso: es un poco diferente, pero perteneciente al género paranormal con toques "románticos" o casi...
Pacto
Azahara Vega
Título: Pacto
Autora: Azahara Vega
Obra registrada en Safecreative: 1610229535840
Imagen portada: Pixabay
Maquetación, corrección: Azahara Vega
Octubre 2016
Relato gratuito
«¿No te prohibí seguir a este humano?».
La voz de su jefe sobresaltó a Aileen quien se removió inquieta en el sitio sin dejar de observar al hombre al que debía proteger.
«Me ordenaste que lo protegiera, que me convirtiera en su ángel de la Guarda. Es lo que estoy haciendo».
«Y hace una semana te ordené que lo dejaras tranquilo, que regresaras a la base hasta que te colocara en otro nuevo proyecto», él se acercó hasta que quedó a escasos centímetros de su trabajadora. La observó desde arriba al sacarle más de dos cabezas en altura.
Aileen tragó con dificultad. Tener a su jefe tan cerca la ponía muy nerviosa, era muy intimidatorio. Se movió un paso hacia atrás y soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo al ver que él no se movió del sitio.
«No puedo dejarlo… No puedo», acabó susurrando ante el tenso silencio que imperó entre los dos tras las palabras de él. Era difícil reconocer lo que estaba haciendo, la debilidad que sentía por ese humano… Pero no podía ocultarlo por más tiempo, no cuando sentía que iba a morir si se veía obligada a separarse de él para siempre regresando a la base.
La tierra tembló. Los mortales que los rodeaban y que eran incapaces de verlos jadearon por la sorpresa y el susto ante el terremoto.
—¡Un terremoto!
—¡Cómo es posible!
El poder que irradiaba su jefe era terrorífico, pura furia candente que la estaba asfixiando.
«No lo volveré a repetir, Aileen. Regresa a casa o…».
«¡No puedo! Es que no lo entiendes. ¡Lo amo!», gritó sin poder contener las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas, provocando que sus plateados ojos brillaran con intensidad. «No puedo dejarlo, si hace falta… ¡Dimito! Hazme humana, quítame mi inmortalidad porque…».
Esta vez no lo vio venir. Antes de que llegara a finalizar la frase, se vio envuelta en unos fuertes brazos que la atraparon contra un férreo pecho.
«¡Nunca! Me oyes, ¡nunca te dejaré ir! Eres…».
«¡Una trabajadora que te está pidiendo que la despidas o si lo prefieres que me castigues arrancándome la inmortalidad!», intentó separarse tras echarle en cara lo que por tanto tiempo tenía miedo de decir. No pudo hacerlo, no pudo alejarse de él.
«¡Me perteneces, Aileen, desde el día en que recogí tu alma eres mía!», bramó él, antes de atrapar sus labios y darle un brutal beso.
Ella se removió. Chilló. Lloró.
¡No! No quería eso. Ella amaba al gentil humano, al hombre al que enviaron a proteger desde las sombras del mundo inmortal, acompañándolo día y noche, enamorándose poco a poco de él. Amaba sus sonrisas, cómo ayudaba al prójimo, su gran corazón, su suave voz, su…
Al notar cómo la lengua de su jefe entraba en su boca, Aileen acabó mordiéndole, consiguiendo así que la liberara.
Se echó hacia atrás, mirando con temor al hombre que tenía ante ella. Alto, poderoso, con largos cabellos negros, unos ojos del color del fuego, con una presencia que intimidaba, su magia crepitando alrededor de ellos provocando que jadeara por falta de aire…
Era el Rey de los muertos, el amo del Infierno y del Cielo, quien gobernaba con mano dura el Reino de las almas, quien le tendió la mano en su lecho de muerto para llevarla a la base dónde le ordenó que a partir de ese día se convertiría en un ángel de la Guarda.
A lo largo de los siglos protegió desde las sombras a miles de humanos y humanas, regresando a “su hogar” cuando estos morían y los conducía hasta las puertas del Reino de los muertos. Pero nunca le pasó lo que le sucedió con el último… Se acabó enamorando.
«Aileen…».
La voz de su jefe la devolvió a la realidad, sacándola de los recuerdos. Levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Vio furia, rabia, poder y algo más que no identificó.
«¡No! No quiero esto. Estoy enamorada de él…», señaló con la mano al humano que seguía contemplando el paisaje mientras sacaba algunas fotografías. Trabajaba como fotógrafo profesional y estaba preparando un libro de fotografías de la ciudad.
«¿Amor? ¿De verdad crees que le amas? ¿A un mortal?», se burló con crudeza el hombre que tenía ante ella, mostrando una mueca irónica que profundizó la oscuridad que se percibía en su rostro.
«¡Sí! Le quiero, y deseo ser mortal para…».
«¿Vivir feliz junto a él?», esta vez la carcajada que soltó la enfureció. ¡Cómo se atrevía a burlarse de ella, de lo que sentía!
«Sí, vamos a ser felices y…».
«¿Y qué sucede con lo que él quiere? ¿Has escuchado sus deseos o estás siendo egoísta al creer que lo amas y por tanto te pertenece?», preguntó observándola con atención, poniéndola muy nerviosa, con el corazón golpeando con fuerza contra su pecho.
«Él…».
«¿¡Él qué!?», repitió su jefe, avanzando hacia ella, su capa negra ondeando con el viento. «¿Crees que te elegirá sobre todo? ¿Qué te convertirás en el amor de su vida?».
Iba a gritarle que sí, que iba a ser feliz a su lado pero antes de que pudiera hacerlo quedó paralizada al ver cómo se aparecía tras el humano y la miraba con furia antes de decirle:
«Si de verdad crees que este humano te iba a hacer feliz… Comprobarás con tus propios ojos que no es así».
Aileen no pudo hacer nada más que gritar al ver como su jefe lanzaba al humano por el puente, tirándolo desde más de veinte metros al río.
Los gritos de ella se mezclaron con los de los humanos que paseaban a esas horas por el lugar. Creían que habían presenciado un suicidio, ella sabía la verdad…
Había provocado la muerte del hombre que amaba.
Escuchó unos pasos a su espalda. Estaba de rodillas en el suelo, llorando y gimiendo de dolor, de angustia, de rabia…
Una mano se posó sobre su hombro y se lo apretó, obligándola a levantarse.
No levantó la cabeza. Se quedó mirando el empedrado suelo, llorando en silencio, sintiendo todo el peso del mundo sobre ella.
«Ahora veremos si te elije a ti, si acepta ese amor puro que estabas dispuesta a entregarle», sentenció su jefe antes de llevársela de vuelta a la base, dejándola en la habitación que poseía junto a las demás mujeres que trabajaban para él. Eran miles de ángeles de la Guarda que residían en la base, y todas poseían habitaciones privadas en las que descansar entre protegidos.
Sabían de la existencia de otra base en la que residían los hombres, separados para evitar tentaciones al ser una norma del Reino, no podían unirse dos inmortales a no ser que tuvieran el permiso escrito del Rey, de ser así irían a vivir a otro lugar si elegían permanecer como inmortales al Soberano o reencarnarse para aventurarse a vivir una vida mortal.
Dos días después
Llevaba dos días encerrada en su cuarto, sin salir ni siquiera para alimentarse. Dos veces al día le llevaban comida pero acababa intacta, se la volvían a llevar de regreso a las cocinas sin tocar.
Aileen no tenía hambre, solo quería dormir y llorar, odiando cada vez más lo que había pasado, cómo era su vida, el sentimiento de culpa que la corroía por dentro.
Se movió en la cama, cambiando de postura, sin dejar de llorar. Las lágrimas se deslizaban silenciosas por sus mejillas. Lágrimas por ella, por el humano del que se enamoró, de rabia y odio hacia su jefe, hacia su Rey, hacia el hombre que le regaló una segunda vida cuando le dio la oportunidad de elegir convertirse en una de sus empleadas.
Escuchó golpes en la puerta y luego como alguien entró en el cuarto. Ella ni siquiera se movió, siguió tumbada de lado en la cama, abrazando la almohada en busca de un confort que sabía que no iba a encontrar.
—Aileen, el jefe te llama. Ve a su oficina.
—No quiero ir.
Un suspiro. No hizo falta mirar para reconocer quien fue a buscarla, la conocía desde hacía siglos, era su amiga desde que llegó a la base. Astrid era agradable y tenía un corazón enorme, pese a que cargaba duros recuerdos de su vida como humana pues había muerto tras ser brutalmente violada por vikingos enemigos que invadieron su pueblo.
—Sabes que no puedes negarte o serás castigada.
Ante esas palabras sí que reaccionó, sentándose de golpe en la cama y mirando con furia a su amiga.
—¡Y qué mayor castigo hay a que haya asesinado al hombre que amaba! —le gritó a su vez, agarrando con fuerza la almohada.
Astrid negó con la cabeza al tiempo en que se acercaba a la cama. Odiaba ver así a su amiga, tan derrotada, con unas ojeras que se veían de lejos y que cubrían sus hermosos y llorosos ojos, labios agrietados y blanquecinos, pelo revuelto y luciendo pálida, y más delgada de la última vez que la vio.
—No sé qué decirte, Aileen, pero sabes que no puedes quedarte encerrada en tu cuarto para siempre. Ve a verle, enfréntate a él, pide que te castigue enviándote lejos o convirtiéndote en humana, pero sal de este encierro. Lo pasado, pasado es y no puedes hacer nada por cambiarlo.
—No me digas qué hacer si no tienes ni idea de cómo me siento —le echó en cara, mientras lanzaba la almohada al suelo con rabia y se levantaba de la cama, paseando nerviosa y furiosa por el cuarto.
Astrid no se inmutó, solo se quedó parada con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Quieres que te recuerde cómo morí? ¿Debo relatarte con pelos y señales cómo más de veinte guerreros me violaron a la fuerza, me golpearon y acabé reventada, ensangrentada y…?
—¡Basta! No digas más, no quiero… —Negó con la cabeza Aileen, deseando no escuchar más de ese relato horrendo. Conocía la historia y sabía lo doloroso que era recordar a Astrid, no quería que le hablara de esa vida, de ese pasado, ahora no era una débil humana, casada con un hombre que no conocía pero que fue el elegido por sus padres, y violada hasta la muerte por los vikingos que invadieron su pueblo. Era Astrid, su mejor amiga, una gran ángel de la Guarda que siempre mostraba una sonrisa.
—Pues deja de pensar que eres la única que ha sufrido en este mundo, todos tenemos un pasado que deseamos mantener oculto, todos hemos sentido el odio que sientes… Hasta el jefe… —Antes de que Aileen le interrumpiera, levantó la mano y la acalló con ese gesto—… Sí, aunque no lo creas, hasta él ha sufrido en su vida. La inmortalidad es una pesada carga que todos llevamos y nos acompaña cada día, recordándonos lo que tuvimos, lo que perdimos, lo que nunca tendremos. Ve a verle, Aileen, habla con él, pídele que te libere, no sigas escondiéndote aquí.
No quería ir y verle. Solo quería seguir hundiéndose en la autocompasión, en el odio, en la rabia y en la culpa.
Pero sabía que su amiga tenía razón, tenía que enfrentarse a su destino…
Asintió con la cabeza al tiempo en que decía:
—Está bien, iré ahora mismo. Quiero que me convierta en humana de nuevo, no soporto vivir así… —No pudo acabar la frase pues se le quebró la voz.
—Te acompañaré hasta su oficina. Vamos —le aseguró Astrid, abriendo la puerta del cuarto, esperando a que Aileen se pusiera a su lado.
Ambas caminaron silenciosas por la base, una mansión inmensa en la que convivían las mujeres y en la que el Rey poseía un despacho al que acudía varios días a la semana, pues los otros iba a la base masculina, dividiendo su tiempo entre todos los empleados que tenía a su cargo.
Aileen ignoró las miradas curiosas de las compañeras que se encontraban por el camino, no quería ser el centro de atención pero estaba segura que todas a esas horas sabían lo que le había pasado. Los chismes viajaban más rápido que ellas y eso que eran capaces de teletransportarse en apenas unos segundos del mundo mortal al inmortal con solo un pensamiento.
El camino terminó antes de lo esperado.
—Decidas lo que decidas, Aileen, recuerda que te quiero y que deseo que seas feliz.
Se sorprendió ante las palabras de Astrid y estuvo a punto de llorar de nuevo. Abrazó a su amiga antes de separarse y esperar a verla desaparecer por el pasillo quedando de nuevo sola. Se giró y se enfrentó a la puerta de madera del despacho del Rey.
Tomó aire y lo soltó con lentitud antes de golpear la puerta un par de veces.
Unos segundos en silencio antes de que se escuchara la grave y oscura voz de su jefe:
—Entra.
Abrió la puerta y se quedó congelada al ver quién estaba en el despacho. Su jefe no estaba solo, a su lado se encontraba el humano que…
—¿Qué haces aquí? —acabó preguntando con apenas un susurro y la voz rota por la emoción. Sentía alegría por volver a verle, sorpresa, pena al saber que si estaba ahí era porque estaba muerto…
—Cierra la puerta, Aileen. Esta reunión no necesita más testigos. —De nuevo la voz de su jefe la devolvió con dureza a la realidad.
Hizo lo que él le pidió, cerrando la puerta y quedando a unos pasos de hombre al que amaba, al que…
—Humano, es la hora de tu decisión.
Aileen se sobresaltó ante el tono exigente de su jefe, ante la mirada nerviosa del mortal y el tenso silencio que se formó en torno a ellos tres.
¿Qué es lo que pasaba? ¿Cómo era posible que el humano estuviese ahí? ¿Acaso iba a convertirse en uno de los nuevos ángeles de la Guarda? ¿Podría verle a partir de ese momento? ¿Convertirse en su pareja para toda la eternidad?
Toda la ilusión y la esperanza que se agolpó dentro de ella, abrazando con calidez su corazón se rompió en miles de pedazos, al escuchar:
—Elijo vivir. —Él evitó mirarla, incapaz de soportar el dolor en los ojos de la mujer.
Llevaba dos días observándola desde el cuarto al que le enviaron cuando despertó a las puertas del Reino de la Muerte. Todo sucedió muy rápido. Él estaba sacando fotografías al paisaje urbano desde uno de los famosos puentes de la ciudad y a los segundos… estaba muerto. Se había caído por el puente, según le dijeron.
¿Cómo fue posible? Sospechaba que lo habían asesinado y no tenía ni idea del por qué, hasta que el que se decía llamar Soberano del Reino le indicó que estaba ahí para tomar una decisión. Elegir vivir o elegir el amor del ángel de la Guarda que lo protegía desde que fue mayor de edad.
Fue muy duro aceptar la realidad. Que él había muerto y los ángeles existían, y para desgracia él tenía uno que se había enamorado de él y por eso ahora estaba donde estaba, enfrentándose a un hombre que parecía sacado de las peores pesadillas que podían atormentarte por las noches y que le exigía una decisión: vivir o quedarse en el Reino siendo pareja de su ángel de la Guarda.
Lo tuvo muy claro, pese a ver a la mujer que lo protegía desde las sombras, pese a verla llorar y susurrar en sueños su nombre, pese a comprobar su excepcional belleza…
Quería vivir. Él no creía en el amor y menos de alguien a quien no conocía, que se suponía que debía protegerlo y no lo hizo.
Así se lo hizo saber, pese a la llorosa mirada de ella.
—Elijo vivir.
No fue testigo de la sonrisa del Rey, solo vio el dolor en los plateados ojos de la mujer que temblaba y lloraba ante él.
—Que así sea.
Antes de que pudiera decir algo más, sintió como su cuerpo era traspasado por una corriente eléctrica que…
—Señor, ¿se encuentra bien?
Thomas abrió los ojos y tosió, escupiendo agua. Miró con asombro y miedo a su alrededor, sin dejar de toser. Estaba en la orilla del rio, rodeado de personas que lo miraban con sorpresa, muchos de ellos grabando lo que pasaba con sus móviles.
—¿Qué ha pasado? —preguntó con voz grave, sin dejar de escupir agua al suelo. Estaba empapado, temblando de pies a cabeza y sentía que sus pulmones estaban a punto de explotar.
—Le hemos rescatado del agua, parece que se ha caído o…
—Me tiraron, yo no me caí ni me intenté suicidar —gritó con furia Thomas, al tiempo en que se levantaba ayudado por uno de los hombres que le rodeaban.
—Está bien, como digas. Espere aquí mientras llega la ambulancia y…
Thomas no escuchó nada más. Miró al cielo y estuvo a punto de llorar. Estaba vivo. Vivo…
¿Acaso todo lo que pasó era fruto de la caída? ¿Fue todo una maldita pesadilla?
«No, humano. Fue real y tú hiciste tu elección. Elegiste vivir por encima del amor eterno de tu ángel de la Guarda. Un Rey siempre cumple su promesa… Estás vivo, y tienes décadas por delante… antes de que te reencuentres conmigo. ¿Cómo vivirás esta segunda oportunidad?».
Esa voz… reconoció esa voz. El miedo le golpeó con fuerza, dejándolo de rodillas en el suelo, abrazándose con sus brazos, ignorando los gritos de sorpresa y de preocupación de los que le rodeaban.
Fue real… Todo fue real…
¿Cómo iba a vivir ahora al saber que todo lo que le pasó fue real? Que había estado muerto y…
Unos ojos plateados mirándolo con dolor y pesar aparecieron en su mente, ahogándolo al sentir culpa. Esos ojos… lo acompañarían a lo largo de los años, atormentándolo cada noche… y aún no lo sabía.
Veintiséis años después
De nuevo estaba en el lugar que por tantas noches lo atormentó en sus pesadillas. Frente a la puerta de madera que conducía al despacho del Rey de los muertos, quien lo asesinó hacia años y le devolvió a la vida tras ofrecerle una elección.
Sí, vivió veintiséis años, pero no fue feliz. En cada cita que tenía con una mujer recordaba esos ojos plateados mirándolo con pesar, cuando le dijo el SÍ quiero a su ex mujer vio esos ojos llorosos cuando le miró a la cara. Cuando nació su hija le sucedió lo mismo… No podía olvidar al ángel que entregó por su vida, por regresar de la muerte. Esa mujer le torturó cada noche con su recuerdo, provocando un divorcio que le destrozó la vida y lo alejó de su única hija.
Al final de su vida, vivía por y para el alcohol, trabajando esporádicamente, incapaz de mantener una relación cordial con su hija, hasta que… su cuerpo no aguantó más y acabó emborrachándose hasta la muerte.
Y tras morir de nuevo… se encontraba en el lugar dónde todo ocurrió.
Cuando estaba a punto de golpear la puerta, esta se abrió sola. La empujó para abrirla del todo y se quedó paralizado ante lo que vio.
Delante de él estaba el Rey de los muertos, tal y como recordaba, sentado en su escritorio, sonriendo con maldad, mientras sujetaba de los cabellos a una mujer que le estaba… le estaba…
—Chupa más fuerte, querida… Y esta vez, trágatelo todo… —ordenó el Rey sin dejar de mirar a los ojos al recién llegado, disfrutando de la furia que vio en ellos. Entreabrió los labios y gruñó antes de correrse en la cálida boca que lo acogía y lo chupó hasta su liberación. Llevaba décadas esperando ese momento, planificando cómo sería el reencuentro… de la mujer que lo atendía cada noche y ese humano que lo miraba con odio grabado en su rostro—. ¿Te ha gustado tanto lo que has visto que te has quedado sin palabras? —se burló, sorprendiendo esta vez a la mujer que no se había percatado de que no estaban solos.
—¿Qué? —preguntó ella echándose hacia atrás, tras haber tragado el último vestigio de placer de su jefe. Seguía de rodillas en el suelo, ante el escritorio, con los cabellos revueltos, los ojos brillantes y los labios enrojecidos…
—No te hablaba a ti, querida, si no a nuestro invitado.
Esta vez la mujer se giró y soltó un grito de sorpresa, llevándose una mano al corazón.
Él… El humano que amó…
«¿Lo vio todo?».
—Sí, preciosa —respondió su jefe, al tiempo en que se agachaba y la abrazaba desde detrás, depositando un cariñoso beso en su cabeza—. Presenció cómo te encargas de tu Rey, cómo me elegiste para follar ante el vacío que te provocó su rechazo, cómo te gusta tomar mi polla entre tus lujuriosos labios y chupármela hasta que exploto de placer, como…
—¡Cállate! —gritó Aileen echándose hacia delante, liberándose de ese asfixiante abrazo, para luego levantarse del suelo y quedar ante los dos hombres que marcaron su existencia tras la muerte—. ¿Cómo has podido permitir que él vea…? ¿Cómo no me avisaste que no estábamos solos?
El Rey se encogió de hombros y esbozó una cruel sonrisa.
—Estabas tan metida en tu papel de…
Aileen se acercó hasta él y le pegó una bofetada antes de que llegara a terminar la frase.
—No te atrevas a decir ni una palabra más. ¿Cómo te has atrevido a hacerme esto? A… No tengo palabras, no… —Negó con la cabeza antes de salir corriendo del despacho llorando abiertamente, maldiciéndose por dentro por lo que había pasado, por todo lo que sucedió a lo largo de esas décadas desde que perdió al humano que una vez amó.
—¿Lo tenías todo preparado, no? —la pregunta del humano no le tomó por sorpresa.
Hades sonrió mientras cerraba la cremallera del pantalón.
—No lo niego —confesó, observando con atención al humano que le había robado el corazón de su Aileen. Ella siempre fue suya, desde el instante en que la vio en su lecho de muerte, en ese jergón lleno de pulgas en el que colapsó por la peste en la época medieval.
No fue amor a primera vista, ni deseo, fue… cuando la miró a los ojos supo que era suya.
Y así lo consiguió. Tuvo que romper a su juguete para que acabara en sus brazos. Tuvo que esperar a que ella aceptara sus besos, se entregara con pasión… cuando lo perdió todo, cuando su corazón se rompió por culpa de un humano.
No se arrepentía de haberla tomado cuando estaba más débil, ni de mantenerla a su lado cada noche, amándola en cuerpo… pues su alma ya le pertenecía desde que se la llevó a su Reino y la convirtió en un ángel de la Guarda, pese a que su destino era ir al Cielo.
Él poseía todo aquello que ansiaba. Su Reino, el control absoluto de la vida y la muerte… y el corazón, el cuerpo y el alma de la única mujer que alteró su oscuro corazón con solo mirarlo.
—Ella te odiará por hacer esto y…
Hades lo interrumpió con una mirada. Podía oler el miedo en el aire. Ese humano era patético. Aún no comprendía qué vio su Aileen en ese ser para estar dispuesta a perder el don de la inmortalidad que le regaló. Quiso destruirla por eso, por rechazarle, por negar que le pertenecía, que su vida inmortal era gracias a él…
Lo consiguió y al final conquistó su cuerpo.
—Siempre me ha odiado —reconoció tras unos segundos de tenso silencio entre los dos.
—¿Y por qué la quieres?
—¿Querer? ¿Acaso crees que la amo? —Hades se rio, echando la cabeza hacia atrás, sus largos cabellos oscuros acariciándole los hombros. Ese humano era gracioso. Hablarle a él de amor…
—Si no lo amas por qué la obligas a… a…
—¿A chupármela? —acabó la frase Hades, sonriendo con burla, disfrutando al ver el odio en los ojos del humano—. Porque es mía, mi juguete para romper y para disfrutar de ella cuando yo lo desee.
—¡Ella no es un juguete! —bramó con furia Thomas atreviéndose a acercarse al otro hombre dispuesto a darle un puñetazo.
—No, no lo es para ti, humano. Tú la llamarías moneda de cambio, después de todo… me la entregaste para volver a la vida. Renunciaste al amor puro y desinteresado que ella te ofrecía con tal de vivir… Ahora dime, ¿qué tal te fue? ¿Cómo viviste? ¿Fuiste… feliz? —volvió a burlarse Hades, rompiendo a reír de nuevo. Saboreando la venganza que por tantos años planificó.
Lo vio venir. El humano tenía agallas, tal vez podía servirle como ángel de la Guarda para los infantes.
Le detuvo antes de que le dieran un puñetazo, apretándole el brazo a punto de rompérselo.
—Aunque ya estés muerto, estás en mi mundo, puedo hacerte sentir dolor, torturarte de tal manera que desees desaparecer, si vuelves a…
Thomas se separó de un brusco tirón antes de girarse y encararse al otro hombre de nuevo. Toda la rabia que por años se acumuló en su ser, explotó, consiguiendo golpear una y otra vez al maldito Rey.
Este cayó hacia el escritorio, pero le respondió con una burlona sonrisa como si esos golpes no significaran nada para él, como si fuera un berrinche de un niño malcriado que era ignorado por sus padres.
—Maldito hijo de puta, ¡te voy a matar!
—¡Déjalo en paz!
Ambos hombres se sorprendieron al ver entrar de nuevo a Aileen. Ella lucía destrozada, con los ojos inyectados en sangre, pálida, temblorosa, y… furiosa.
—¡No te atrevas a golpearle!
Hades gruñó por dentro, maldiciéndose al sentir celos. Unos celos que lo corroían por dentro, que lo envenenaban y lo enviaban al borde de la locura. Quiso destruirles, a esos dos. A ella por no ver que le pertenecía, que era suya y estar dispuesta a entregarse a otro hombre. Al humano por ser el objeto de deseo de Aileen. Consiguió joderles la vida a los dos, disfrutando internamente al ver como el humano vivía una vida desgraciada, y como Aileen caía en sus brazos, convirtiéndose en su amante, calentándole la cama cada noche.
Y ahora… comprobaba que pese a su poder, pese a tener el peso de la vida y de la muerte sobre sus hombros… no había podido borrar la devoción de Aileen hacia el humano, a quien defendió con furia desde la puerta del despacho.
Quiso gritar por primera vez en su existencia. Destruir su Reino, cerrarlo y condenar a toda la humanidad a vagar por la Tierra al no tener un lugar al que ir cuando morían.
Quiso…
Todo quedó olvidado cuando la vio atravesar el cuarto y avanzar hacia ellos. Relajó su cuerpo y tuvo que aceptar la verdad. Esa mujer era su perdición, y como tal, lo mejor era dejarla ir, si esta vez le exigía ser libre, se lo concedería.
No podía destruir su Reino por culpa de una mujer.
Se sorprendió al notar un agudo dolor en el pecho. Nunca le dolió, ni cuando luchó contra los Titanes por el control de los mundos…
¿A que era debido? ¿Cómo era posible sentir este dolor cuando el humano apenas le golpeó en la cara?
—Porque me amas, maldito imbécil. A ver si lo aceptas de una puta vez. Estoy cansada de que te escondas en esa fachada de Rey sin corazón y aceptes que me deseas a tu lado porque me quieres, no solo porque se chupártela bien.
El discurso acalorado de la mujer los sorprendió a los dos, pero sobre todo a Hades.
¿Amor? Él no…
—Si vuelves a decir que tú no amas la que te va a dar un puñetazo esta vez seré yo.
Aileen avanzó hacia el hombre que se convirtió en el centro de su vida desde que la condujo al Reino de la muerte, quien la vigilaba durante siglos, quien mostró que le importaba cuando mató a un humano por ella, quien estuvo a su lado cada día hasta que… acabó en sus brazos.
Esa primera noche lo cambió todo. Astrid no dejó de gritarle que podía ser síndrome de Estocolmo, o agradecimiento o que el otro estuviera jugando con ella…
No. No era nada de eso. Ella lo supo por como la tomó, como la acarició, veneró su cuerpo, como le besó cada rincón de su piel, como brillaron sus ojos cuando la hizo suya y se movió lenta y profundamente hasta que ella explotó, solo entonces él se permitió dejarse llevar, aplastándola contra el colchón con cada embestida hasta que se corrió, inundándola con su semilla.
Esa noche fue especial. No solo por la manera en que le hizo el amor por mucho que él dijera que follaron, si no porque la abrazó tras salirse de ella y se quedó dormido a su lado, haciéndola sentir segura… como en casa.
No era agradecimiento. No se aprovechó de ella.
La amó, aunque él no lo supiera, aunque él no lo aceptara, aunque él… siguiera negándolo.
Con el paso de los años pudo comprobar que era capaz de sentir lo que él sentía, y de vez en cuando captar sus pensamientos… Esto se lo calló, no dispuesta a perder lo que tenía, aceptando que él solo la viera como una amante…
Lo aceptó porque solo la veía a ella, porque era la única a quien llevó a su cama, a quien retenía toda la noche, y a quien abrazaba mientras se quedaba dormido.
Ella era la única que calentó su cuerpo, quien lo desvistió y lo volvió loco con sus besos, con sus caricias, con sus labios… ella era la única a quien le permitía usar su nombre pese a estar en público, la única que…
Aprendió que lo amaba desde hacía siglos pero nunca lo reconoció. A veces es cierto el dicho de que para amar hay que perderlo antes…
—No te acerques a él, ¿no ves que te está utilizando? Me lo ha reconocido, no eres más que un juguete roto para él.
La voz de humano la sobresaltó y la obligó a cortar la lucha de mirada que mantenía con Hades. Lo que sucedió en ese despacho fue la gota que colmó el vaso. El muy imbécil tenía que aceptar de una vez lo que había entre ellos dos. Estaba cansada de ver que negaba lo evidente para todos.
—Tú, ¡cállate! Estoy a esta… —Hizo un gesto con la mano, antes de continuar—… de partirte la cara por atreverte a golpearle.
—¡Tú estás loca! ¿Cómo puedes defenderle? ¿Él te estaba usando como su puta personal y lo defiendes? ¿Acaso eres la puta de este lugar y te arrodillas para chupársela a cualquier hombre que te lo pida?
Thomas no pudo decir ni una palabra más. Acabó en el aire, siendo asfixiado por un enfurecido Hades.
—Te voy a destruir.
Hades iba a acabar con esa alma, la destruiría, pues no merecía atravesar la Puerta de la Muerte y acceder al Cielo de los humanos.
Apretó con fuerza a un paso de romperle el cuello, pero antes de escuchar cómo sus huesos crujían y se fracturaban, una mano lo detuvo.
Miró hacia abajo y pudo ver quién fue quien le detuvo.
—Aileen… —gruñó su nombre, mostrándole los colmillos, sus ojos llameando con fuego, el fuego de la venganza que bullía en su interior.
—Suéltale.
—¿Después de todo lo que te ha llamado sigues defendiéndole, sigues…? —«¿Amándole?», pensó esto último sin llegar a decirlo en alto.
Pese a no terminar la frase, Aileen escuchó lo último que pensó Hades.
—No, no le amo. Nunca lo amé, lo descubrí cuando me tomaste la primera noche hace tanto tiempo. Estaba enamorada de una ilusión, idealicé cómo sería mi vida a su lado, sin pararme a pensar realmente si lo conocía, si éramos el uno para el otro, si él me miraría como tú lo haces… Te amo, Hades, siempre lo he hecho, así que por favor. Déjalo libre y…
—Te irás con él. Tú no me amas —respondió con furia Hades, mirándola con pasión, volcando todo lo que escondía su oscuro corazón tras milenios sepultando sueños y deseos incumplidos.
—Déjalo libre y… te acompañaré a tu cuarto. Te amo y voy a encerrarte en tu… —Negó con la cabeza antes de continuar—… En nuestra alcoba para demostrártelo, aunque me lleve siglos hacerlo.
Lo dejó caer al suelo.
Thomas presenció entre jadeos como esos dos lo ignoraron y se abrazaron antes de besarse con pasión, desapareciendo a continuación en un pestañeo, como si se hubieran teletransportado.
Se hizo un ovillo en el suelo y jadeó con dificultad, notando como le ardía a horrores la garganta. Del infierno había pasado al tormento eterno…
«Bienvenido, humano… Cuando acabe de enlazarme con mi eterna compañera te asignaré tu primera misión. Creía que serías bueno como guardián de los niños pero te veo mejor… en el Infierno torturando a los condenados…», las carcajadas del Rey de los muertos le provocaron temblores de miedo…
Ese hombre… ¿lo había planificado todo? ¿Era consciente de la presencia de ella cuando él lo atacó? ¿Por eso se dejó golpear y no se defendió? ¿Estaba esperando a que ella entrara y se pusiera de su lado al ver cómo le estaban golpeando?
Sospechaba que todo fue un plan que le salió a la perfección al maldito Rey de los muertos.
Y tanto ella como él habían caído de lleno en su trampa.
«Dios mío, ¿por qué me pasa esto?».
«Por haber llamado la atención a mi compañera. Dale las gracias a ella, humano… Después de todo… te iba a destruir, si vives es por ella… Bienvenido a mi Reino, Thomas Cranston».
Las carcajadas de él le acompañarían en su nueva vida… Un tormento de culpa y odio… eterno… siendo testigo silencioso del enfermizo amor del Rey y de la Reina Aileen, Soberanos del Reino de la muerte.
FIN